Es una mierda cuando se va un compañero al que admirabas de verdad, al que no seguías ni leías por inercia, sino con verdadera pasión y, sobre todo, con el que te reías a carcajada limpia sin que él lo supiera, tras solo unas pocas líneas sobre temas que ni siquiera son divertidos. Incluso con el que disentías de una forma muy sana de vez en cuando. Y es un sentimiento muy raro.
No conocía a Miguel Llorens más allá de unos cuantos tweets arriba y abajo, de algún comentario de aprobación a través de su blog, con el que tanto disfrutaba. Quizás no tenga mucho sentido que escriba nada pero, mirad, a veces estas cosas te tienen que importar un carajo. Miguel me parecía un tipo mordaz y sarcástico cuando tocaba, que era casi siempre. Sabía en qué llaga meter el dedo. Decía lo que pensaba con tanto ingenio como sana mala leche a quien se merecía una dosis de realidad concentrada. Parecía, desde lejos, desde el silencio en el que le leía, un hombre astuto, tranquilo, que sabía lo que decía y tenía el don de la oportunidad. Pero no le conocía, no.
Me habría gustado, como a tantos otros hombres y mujeres admirables que se van y, sin saber por qué, se te hace un pequeño nudo en el estómago, lo justo para irte a dormir con un poco menos de ánimo. No es solo que se vaya él, es que perdemos un trocito de lo que representaba. Lo que decía y cómo lo decía. No sé si otros se atreverán a hacerlo igual. Por mi parte, solo quería una cosa: que no se quedaran en el tintero unas gracias que no llegué a darle esta semana, cuando terminé de redactar mi trabajo final del máster, por unos malditos segundos de batería y algo de olvido por parte de una mente terriblemente desordenada. Solo puedo alegrarme de que su nombre vaya a estar ahora en él para siempre, acompañado del espectáculo esperpéntico de esas madres de empleadas de Pinterest que traducen para la empresa de sus hijas, porque me inspiró a decir lo que pensaba como lo pensaba. A recordar que el llevarnos bien no siempre se debe interponer en el camino de la crítica y la sinceridad bien entendida. Y aquí queda mi agradecimiento para él y sus palabras; inútil, tardío, pero aquí queda.